Domingo 05 de Mayo del 2013
Jn 14,23-29
Haremos morada en él
COMENTARIO:
«Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él». Estas son palabras de Jesús que leemos en el Evangelio de este Domingo VI de Pascua. En esta afirmación hay un cambio del sujeto de los verbos: pasa del sujeto singular «mi Padre» al sujeto plural «nosotros». Habríamos esperado: «Mi Padre lo amará y vendrá a él y hará morada en él». Al ampliar el sujeto a la primera persona plural sabemos que incluye a Jesús, que es quien habla, pero ¿quién nos autoriza a pensar que incluye también a su Padre, Dios? ¿No es excesivo que un hombre se ponga al mismo nivel que Dios incluyéndolo en el pronombre «nosotros»? Jesús responde a nuestra pregunta explicitando ese sujeto plural «nosotros» en una afirmación suya anterior: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Pero precisamente esa afirmación desencadenó la indignación de los judíos que tomaron piedras con intención de apedrearlo diciéndole «Siendo hombre te haces a ti mismo Dios» (Jn 10,33). Jesús es el único que puede decir «nosotros» incluyendo en ese pronombre a sí mismo y a Dios. Jesús es Hijo de Dios y de la misma naturaleza que Dios. Junto con el Espíritu Santo son tres Personas distintas y una sola sustancia divina, un solo Dios. «Nosotros» abraza también al Espíritu Santo.
Aclarado este punto, más asombroso es lo que sigue: «Nosotros vendremos a él y haremos morada en él». ¡Jesús afirma que las tres Personas divinas establecerán su morada en un ser humano! ¡El Dios infinito habitará en una criatura infinitesimal! San Agustín consideraba que el ser humano no es digno ni siquiera de alabar a Dios, tanto menos ofrecerle una morada: «El hombre pretende alabarte, esta partícula de tu creación, que lleva sobre sí su destino mortal, que lleva sobre sí la prueba de su pecado y la prueba de que tú “resistes a los soberbios” (Sant 4,6; 1Ped 5,5). Y, sin embargo, el hombre, esta partícula de tu creación pretende alabarte. Eres tú quien lo induces a deleitarse en tu alabanza, porque nos creaste para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti” (Conf. I,1,1).
El ser humano está creado con la vocación suprema de ser morada de Dios. Esta es la máxima expresión del amor de Dios. Hasta este extremo llega su amor: «Mi Padre lo amará y vendremos a él…». Pero Jesús ha introducido la afirmación con la conjunción «si», que expresa una condición necesaria para que el efecto se produzca: «Si alguien me ama». Esta es la condición. Esa condición tiene una verificación: «Guardará mi palabra». En definitiva, todo tiene su fundamento aquí: escuchar la palabra de Jesús y guardarla en el corazón para hacerla vida en nosotros.
Estas afirmaciones de Jesús son revelación divina: «La palabra que escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado». Ya hemos dicho que ningún hombre habría osado siquiera imaginar que el ser humano tuviera una vocación tan sublime. Debemos prestarles el asentimiento de la fe. Podemos, sin embargo, observar su cumplimiento sumo y pleno en la Virgen María. Ella define su persona con la respuesta al ángel Gabriel: «He aquí la esclava del Señor; hagase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), y luego toda su actitud es descrita por Lucas en estos términos: «María guardaba todas estas palabras y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19.51). Ella amó a su hijo, no sólo como madre, sino también y sobre todo como su fiel discípula. Por eso, fue amada por Dios y toda la Trinidad habitó en ella.
Todos los discípulos de Cristo estamos llamados a ser morada de Dios. En este Año de la fe debemos acentuar nuestra escucha de la Palabra de Cristo, para ser objeto del amor de Dios y ofrecerle una digna morada. No hay ningún bien mayor al cual pueda aspirar un ser humano que tener consigo a Dios en el corazón. Por eso, todo padre de esta tierra que quiere para su hijo lo mejor, debe enseñarle, sobre todo, a amar a Jesús y a guardar su palabra. Toda otra enseñanza debe ser añadidura.
† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles