19 de Mayo de 2013
Jn 20,19-23
Jesús sopló sobre ellos
«Jesús sopló sobre ellos y le dijo: “Reciban el Espíritu Santo”». Este llamativo gesto de Jesús resucitado, acompañado por las palabras que lo explican, quedó impreso en la mente de los discípulos con un gran signo de interrogación. La comprensión plena no la pudieron alcanzar, sino cuando ese gesto profético tuvo cumplimiento. Y eso ocurrió cincuenta días después esto significa el término griego “pentecostés” cuando los discípulos, reunidos en el cenáculo con María, la madre de Jesús, recibieron efectivamente el Espíritu Santo. La ráfaga de viento que en ese momento llenó la casa donde se encontraban (cf. Hech 2,2) y la fuerza de lo alto que recibieron tuvo que recordarles aquel soplo de Jesús. Entonces cayeron en la cuenta no sólo del sentido de ese gesto, sino de todo lo dicho y hecho por Jesús. En ese momento se cumplió lo prometido por Jesús: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará hasta la verdad completa… Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y lo anunciará a ustedes» (Jn 16,13.14).
La Iglesia celebra este domingo la solemnidad de Pentecostés como el día en que, habiendo recibido el don del Espíritu Santo, ella se puso en marcha. Ese día los apóstoles recibieron una luz interior, representada por las lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, que les permitió «ver» quién era Jesús y captar la verdad plena de aquellas otras palabras suyas: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Experimentaron vivamente que ellos estaban en Jesús y Jesús estaba en ellos, como había sido prometido por él: «Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes» (Jn 14,20); que ellos estaban en Jesús como los sarmientos en la vid: «Yo soy la vid; ustedes los sarmientos» (Jn 15,5).
El don del Espíritu Santo no agrega nada a la salvación obrada por Cristo ni a sus palabras; pero concede que se comprenda y se acoja, concede que esa salvación se haga realidad en cada hombre y mujer. San Hilario en su Tratado sobre la Trinidad ofrece una comparación que puede aclarar: «Cuando los ojos de nuestro cuerpo están privados de la luz no pueden ejercer su función propia, que es ver; de la misma manera, nuestra alma, si no recibe por la fe el don del Espíritu, tendrá una naturaleza capaz de entender a Dios, pero carecerá de la luz que le permita llegar al conocimiento de Él». A es-to se refiere Jesús en otras de las promesas del Espíritu Santo: «Mucho tengo todavía que decirles; pero no pueden con ello ahora» (Jn 16,12). Podrán, sí, cuando los ilumine el Espíritu Santo. Una persona puede tener muy buena vista y tener delante una maravillosa obra de arte; pero si no hay luz la persona no experimenta ningún gozo estético. Encendida la luz, la obra de arte es la misma, pero la persona la ve y go-za con su visión y la admira y la pondera ante los demás. Eso ocurre con Cristo. Quien recibe el don del Espíritu Santo no se sacia de gozar con la belleza infinita de su misterio y no puede dejar de anunciarlo a los demás. Signo evidente de la posesión del Espíritu Santo es el celo apostólico. Lo vemos en los apóstoles de Jesús: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hech 4,20). Quien recibe el don del Espíritu Santo se siente enviado a prolongar la misma misión de Jesús.
Ahora comprendemos nosotros las afirmaciones en las cuales enmarca Jesús el gesto profético del día de su resurrección: «Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes». Se refiere a ese celo apostólico. Y: «A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos». El poder divino de liberar del pecado que da a sus apóstoles equivale al poder de comunicar a otros el Espíritu Santo que ellos recibirían, porque donde entra la Luz se disipan las tinieblas del pecado.
En este día la Iglesia se une en oración para pedir un nuevo Pentecostés. En todas partes se han celebrado vigilias en las cuales se ha elevado con insistencia esta oración: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».
† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles