Domingo 6 de Octubre

Lc 17,3-10. Siervos inútiles somos

En el Evangelio de este Domingo XXVII del tiempo ordinario encontramos una oración que deberíamos dirigir continuamente al Señor: «Aumentanos la fe». Estamos a poco más de un mes de la conclusión del Año de la fe y debemos preguntarnos hasta qué punto en este tiempo algo ha cambiado en nuestra relación con Dios, que se define por la fe, como afirma la Carta a los Hebreos: «Sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6) Sería lamentable que concluyera este Año, proclamado por la Iglesia, y nada hubiera cambiado en nosotros.

La Carta a los Hebreos en el capítulo 11 repasa la vida de los patriarcas, admirando su fe: «Por ella fueron alabados nuestros mayores» (Heb 11,2). En ese capítulo repite veinte veces la fórmula: «Por la fe…», seguida de obras admirables que hicieron los padres Abel, Henoc, Noé, Abraham, Jacob, José, Moisés… Después de la larga lista agrega: «Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas» (Heb 11,32). Todos ellos son hombres y mujeres del Antiguo Testamento y su fe se basaba en la promesa de salvación futura que Dios había hecho. Por eso, para destacar la ventaja que tenemos nosotros, que hemos conocido a Jesucristo, la Carta a los Hebreos agrega: «Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no recibieron la promesa. Dios tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no fueran ellos perfeccionados sin nosotros» (Heb 11,39-40). La idea es que si ellos fueron movidos a esas obras por su fe en una promesa, cuando más debemos ser movidos nosotros por la fe en una realidad. No podían ellos hacer lo que podemos hacer nosotros: «Tengamos los ojos fijos en Jesús, el que comienza y perfecciona la fe» (Heb 12,2).

Notemos que el evangelista Lucas pone la oración: «Aumentanos la fe» en boca de los apóstoles, los mismos que son el fundamento de nuestra fe. ¿Qué fue lo que motivó esa petición? La motivó su dificultad para creer que aquello que Jesús les mandaba era lo que había que hacer: «Si tu hermano peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, lo perdonarás». Había que tener fe para asumir esa conducta, cuando la norma que ellos tenían era: «Ojo por ojo y diente por diente» (cf. Mt 5,38).

Viendo la dificultad de ellos para adherir plenamente a esa conducta, Jesús agrega: «Si ustedes tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este sicómoro: “Desarraigate y plantate en el mar”, y les obedecería». Mateo, transmitiendo la misma sentencia de Jesús agrega: «Nada les sería imposible» (Mt 17,20).

Nosotros somos creaturas de Dios y todo lo hemos recibido de Él, empezando por la existencia y la vida. El don más admirable que hemos recibido de Él es la elevación a la vida eterna y a la condición de hijos suyos; somos siervos que hemos sido elevados a hijos. Jesús nos reconoce como amigos: «Ya no los llamo siervos… a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre, lo he dado a conocer a ustedes» (Jn 15,15). Nada hemos hecho y nada podemos hacer para merecer este don inmenso; es pura gracia. Pero ese don, ­el haber sido promovidos de siervos a hijos de Dios y amigos de Jesús­, trae consigo una conducta coherente. Por eso cuando actuamos de esa manera, Dios no tiene que agradecernos a nosotros. ¡Es un don suyo! Corresponde que nosotros agradezcamos a Él: «¿Acaso tiene que agradecer el Señor al siervo porque hizo lo que le fue mandado?». ¡De ninguna manera! Nosotros «cuando hayamos hecho todo lo que nos ha sido mandado» ­dejemos de lado cuando no lo hayamos hecho­, tenemos que decir lo que es verdad: «Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Lo que Jesús quiere enseñar es que ante Dios nosotros no tenemos ningún mérito propio que exhibir. No podemos hacer con Dios una «negociación» en la cual exijamos cosas y pongamos condiciones. Esta fue la actitud del fariseo que oraba así: «No soy como los demás hombres, que son rapaces, injustos, adúlteros… Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias» (Lc 18,11-12). Es un curriculum impresionante. Con su actitud exige que Dios le retribuya. Pero Jesús asegura: «Bajó a su casa no justificado». Ante Dios nuestra convicción debe ser siempre: «Siervos inútiles somos» y esperar todo de su bondad.

† Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

Para reflexionar
"Nuestra vocación misionera se nutra de la oración y de la reflexión personal" Francisco Vargas Herrera