Domingo 16 de Marzo del 2014 II DOMINGO DE CUARESMA (Mt 17, 1-9)

Reflexión del P. Clauido Cartez Andrade

“Mi corazón sabe que dijiste: “busquen mi rostro”. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí ” (Cf. Sal 26,8-9).

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

Puntos para la reflexión.

Muchas interpretaciones justas de este texto, a aluden la cercanía temporal de la Trasfiguración con la fiesta judía de las Tiendas, lo que hace aun más relevante el contexto en que se da. Otras interpretaciones se acercan más que al contexto, a algunas situaciones ocurridas en el Antiguo testamento, como la subida de Moisés al Monte Sinaí, (Ex. 24, la alianza de Dios con Israel). No podemos descuidar tampoco en el contexto el monte, porque pertenece a todo un mundo simbólico y concreto de la vida de Jesús. En un monte se dan escenas del todo significativas para la vida de Jesús, lo que también interiormente significan mucho. La subida, la cercanía con lo alto, el esfuerzo ascendente, etc. una interpretación absolutamente válida y muy bien respaldada la aborda el Papa emérito Benedicto XVI en su texto Jesús de Nazaret, aludiendo a la luminosidad del rostro en la persona de Jesús como reflejo de su intima relación con el Padre. La luz será siempre un signo de esta cercanía, de la Resurrección, del calor, y por lo tanto de la vida. Por eso no es de extrañar que su rostro sea de una luz tal que no tenga comparación alguna, más que el sol, al igual que sus vestidos, como lo hace notar uno de los evangelistas. Es Jesús el que “es Luz” no la recibe externamente, proceso pedagógico que nos permite pensar en un camino de subida, en la oración, en la cercanía y estrechez de los vínculos con el Padre. La escena es enormemente significativa para la vida consagrada, pero lo es para todo cristiano que sigue este itinerario junto a Jesús, como Pedro, Santiago y Juan. Esta puesta justo al segundo domingo de Cuaresma para animarnos a “estar con Jesús”, a permanecer con él, pero a “continuar el camino”, porque recién lo estamos comenzando. Representa

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muy bien el futuro, inmediato por la Resurrección que ya viene, pero más a largo plazo, por la vida eterna, lo que espera “a los hijos de la luz”. No deja de ser consoladora la escena en este sentido para los que caminan con Jesús, para los que suben al monte, para los que, Él les deja ver su rostro.

La presencia de Elías y Moisés es siempre significativa por que nos pone en perspectiva de que la Escritura debía ser releída continuamente, ahora a la “Luz que es Cristo”. Es el Señor quien nos introduce y nos conecta permanentemente con la Tradición del Pueblo de Israel, con Elías, con Moisés y los profetas. “Él nos explica las escrituras y parte para nosotros el pan”.

Para la oración.

Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré estando ausente?

Si estás por doquier,

¿cómo nos descubro tu presencia?

Cierto es que habitas en una claridad inaccesible.

Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?

¿Quién me conducirá hasta allí para verte en ella?

Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgos te buscaré?

Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro… Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca, porque no puedo ir en tu busca, a menos que Tú me enseñes, y no puedo encontrarte si Tú no te manifiestas.

Deseando te buscaré, te desearé buscando, amando te hallaré, y encontrándote te amaré.