Domingo XXI del Tiempo Común ( 23 de Agosto, 2015): Nosotros creemos

El discurso del Pan de vida, que hemos leído de manera continuada en los últimos cinco domingos, tiene tal importancia que el Evangelio nos informa sobre el lugar en que ocurrió: «Esto lo dijo Jesús en Cafarnaúm, enseñando en la sinagoga» (Jn 6,59). El Evangelio de este Domingo XXI del tiempo ordinario comienza después de esa indicación.
En esa sinagoga podemos distinguir tres categorías de oyentes según su adhesión a Jesús. Estaban los judíos, que habían gozado de la multiplicación de los panes, a quienes Jesús dice: «En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque han visto signos, sino porque han comido de los panes y se han saciado» (Jn 6,26). Éstos reaccionaron objetando el origen divino de Jesús: «Los judíos murmuraban contra él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”» (Jn 6,41). Pero, cuando Jesús aclara el sentido de sus palabras: «El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo», el rechazo de ellos es total: «Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”» (Jn 6,52).

Estaban también en esa sinagoga los discípulos de Jesús, los que ya lo seguían, porque reconocían su origen divino. Podemos verlos representados por Nicodemo, quien viniendo donde Jesús, de noche, le dice: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él» (Jn 3,2). El Evangelio de este domingo interesa mucho a todos los cristianos, que se declaran discípulos de Jesús, porque nos relata cómo reaccionaron ellos ante la enseñanza de Jesús en esa sinagoga. Ellos no objetan que Jesús haya dicho: «He bajado del cielo». Pero cuando Jesús reafirma sus palabras sin dejar duda sobre su sentido: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida», entonces se cierran a esa enseñanza: «Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?”». Observemos que los que así reaccionan son «muchos», pero no todos. La enseñanza de Jesús sobre el Pan de vida fue un momento crítico: «Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él».

En realidad, eran discípulos de Jesús sólo en apariencia, pues carecían de fe y querían encerrar su enseñanza en los estrechos límites de su razón humana. Por eso Jesús explica que sus palabras son una revelación que supera lo que el ser humano –la carne– puede alcanzar con su inteligencia: «El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son Espíritu y son vida». Las conclusiones de la ciencia natural pueden verificarse con las fuerzas de la carne. Pero las palabras de Jesús son revelación de una verdad sobrenatural, que no puede verse, sino con la luz de la fe. Y ya ha explicado Jesús que la fe es una obra de Dios, un don de Dios. Ahora agrega, refiriendose a quienes hasta allí lo habían seguido: «Hay entre ustedes algunos que no creen». Y reafirma el origen divino de la fe: «Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre».

El evangelista aclara: «Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían». Parecían discípulos, pero no lo eran. Y eso quedó en evidencia por su actitud ante el Pan de vida. Es un criterio que podemos aplicar también hoy ante muchos que se declaran cristianos, pero no participan de la Eucaristía. El mismo evangelista, en su primera carta, escribe: «Salieron de nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros» (1Jn 2,19).

La tercera categoría de personas que había en esa sinagoga son los Doce. Cuando ya todos lo han abandonado, Jesús se vuelve a ellos y les pregunta: «¿También ustedes quieren irse?». También ellos son confrontados con la enseñanza de Jesús sobre el Pan de vida. Pedro responde en nombre de los demás, aunque, en realidad, representa sólo a once de ellos, pues uno iba a traicionar a Jesús: «Señor, ¿donde quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». El punto central de la respuesta de Pedro es: «Nosotros creemos». Esa fe es la luz que le concede ver la verdad: «Sabemos que tú eres el Santo de Dios». Ellos no quieren seguir a ningún otro, más que al Santo de Dios, al que goza de la misma santidad de Dios, al Hijo de Dios hecho hombre. Precisamente, por eso, él es el único que tiene «palabras de vida eterna».

Pedro responde con una pregunta que expresa una verdad profunda: «¿Donde quién iremos?». Si abandonamos a Jesús, que es el Señor, caemos inevitablemente, bajo el dominio de otro señor. Pero cualquier otro señor, no siendo Dios, lo que hace es esclavizarnos. Se habla hoy en nuestra patria de «cambiar el paradigma» y allá apunta el afán de cambiar nuestra constitución, que se inspira en los valores cristianos. Al rechazar estos valores es a Jesús a quien se rechaza. Debemos estar conscientes de que esto significa caer de nuevo en la esclavitud de la cual sólo él nos ha redimido.

† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

Para reflexionar
No es fácil superar la pérdida de un amigo o de una amiga, o de un ser muy amado... por eso cuida esa amistad o relación con todas tus fuerzas y defiendela siempre. Se paciente y aprende a esperar. Cultiva el don de escuchar y de observar. Y en las adversidades queda a su lado, mismo en el silencio y deja a tu corazón hablar Rcl