Mt 2,1-12
La Luz verdadera que ilumina a todo hombre
El Evangelio que se proclama en la solemnidad de la Epifanía del Señor es el mismo en los tres ciclos de lecturas. Se trata de la manifestación del Hijo de Dios hecho hombre –esto quiere decir la palabra «epifanía»–, por medio de una estrella, a personas lejanas que no son del pueblo de Israel. El misterio de la Epifanía nos involucra a todos. Es la afirmación solemne de la universalidad de la salvación. El Hijo de Dios vino como Salvador de todo el género humano. Así lo afirma también el Prólogo del IV Evangelio refiriendose a la Palabra de Dios hecha carne: «Estaba viniendo el mundo la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).
«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo”». El Evangelio llama a Herodes «rey» y en la lectura de hoy lo repite tres veces. Herodes había recibido de Roma, que entonces dominaba en Israel, el título de «Rey de los judíos». Pero los magos que vienen de Oriente no lo buscan a él, sino a otro «Rey de los judíos que ha nacido». Y no tienen ninguna actitud de adoración ante Herodes; vienen a «adorar» a ese otro. ¿Por qué no van a adorar al César, que era el gobernante más poderoso de ese tiempo, o a otro rey más grande que el «Rey de los judíos»? Porque la estrella les ha revelado que ese Niño que ha nacido es el único en el mundo digno de adoración. Y es lo que hacen cuando lo encuentran: «Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrandose, lo adoraron». Los regalos que le traen definen la identidad del que buscaban: oro, porque es rey; incienso, porque es Dios; mirra, porque es hombre mortal.
¿Cómo llegaron los magos hasta ese Niño, que nació tan oculto e inadvertido? Fue necesaria la conjunción entre el mensaje de la estrella, que los llevó hasta Jerusalén, y la Palabra de la Escritura, que los llevó hasta el Niño. Cuando Herodes escuchó a los magos comprendió que buscaban al Cristo, porque, según las Escrituras, él era el Rey prometido por Dios a Israel. Por eso consulta a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo «sobre el lugar en que había de nacer el Cristo». La respuesta la ofrece la misma Escritura: «En Belén de Judea, porque así está escrito».
El camino recorrido por esos magos es el mismo que debemos recorrer todos para encontrar a Dios. Ese camino es una conjunción entre la Palabra pronunciada por la creación y la Palabra revelada en la Escritura. Toda la creación proclama: «Dios nos hizo; Él es el único que puede crearnos». Lo dice el Salmo: «El cielo habla de la gloria de Dios; el firmamento dice ser obra de sus manos» (Sal 19,1-2). Pero este mensaje es todavía muy general, como era para los magos la estrella. La Escritura nos revela que ese Dios se hizo hombre y que no podemos encontrarlo sino en Jesucristo: «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna» (1Jn 5,20).
«Estaba viniendo al mundo la luz verdadera que ilumina a todo hombre». El Evangelio de hoy nos muestra tres actitudes que puede tener el ser humano ante esa Luz. La actitud de Herodes que quiere sofocarla, pero no lo logra: «La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron» (Jn 1,5). La actitud de los sumos sacerdotes y escribas, que habiendo oído a los magos, no tienen ningún interés en buscar «al Rey de los judíos que ha nacido». Ellos conocen la Escritura y saben citarla correctamente, pero no reciben su mensaje. Esto es lo que les reprocha Jesús: «Ustedes investigan las Escrituras, ya que creen tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y ustedes no quieren venir a mí para tener vida» (Jn 5,39-40). Por último, la actitud de los magos, que es la correcta, la que todos tenemos que tratar de imitar: leyendo atentamente el mensaje inscrito en la naturaleza de todo lo creado y escuchando la Palabra comunicada en la Escritura, buscan a Dios; y lo encuentran en ese Niño a quien adoran. Después, regresan a su país llenos del gozo de haber encontrado la salvación.
† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles