10, Noviembre – 2013
Lc 20,27-38. “Son hijos de Dios”.
«Creo en le resurrección de la carne». Este es un artículo de nuestra fe cristiana. Creemos que los muertos, cuya alma es inmortal, volverán a la vida y serán nuevamente personas de carne y huesos, aunque no sometidas a las condiciones actuales, particularmente a la muerte y a todos los males relacionados con la muerte: «No pueden ya morir». Su vida será eterna. Esto lo creían ya en el tiempo de Jesús los judíos del círculo de los fariseos. Lo creía, por ejemplo, Marta, la hermana de María, que acerca de su hermano Lázaro, muerto, declara: «Sé que resucitará en la resurrección, en el último día» (Jn 11,24). Como leemos en el libro II Macabeos, confiesa ya esta fe uno de los siete hermanos, que encara al rey Antíoco que lo obligaba a apostatar diciendo: «A nosotros, que morimos por sus leyes, el Rey del mundo nos resucitará a una vida eterna» (2Mac 7,9).
En el tiempo de Jesús, los saduceos, en cambio, no creían en la resurrección de los muertos. Ellos no consideraban Palabra de Dios más que el Pentateuco, que se creía escrito por Moisés, y en esos primeros cinco libros de la Biblia no encontraban la resurrección de los muertos. El Evangelio de este Domingo XXXII del tiempo ordinario nos presenta la objeción contra la resurrección de los muertos que ponen a Jesús los saduceos. Jesús baja al terreno de ellos y argumenta basandose en la autoridad del mismo Moisés: «Que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor: “El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven». Para entender el argumento de Jesús hay que tener en cuenta que en el tiempo de Moisés los tres patriarcas habían muerto hacía más de 400 años; pero «viven para Dios».
La resurrección de la carne es el punto central del episodio. Pero, reafirmado este punto, es necesario responder a la objeción presentada: Después de resucitar, ¿cómo será la relación entre los que han sido marido y mujer en esta vida? ¿De quién será esposa la mujer que en esta vida ha estado casada sucesivamente con dos o más hombres?
Jesús responde teniendo en cuenta las características del amor conyugal y afirmando que este tipo de amor no existirá entre los resucitados: «Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido». El amor conyugal es el amor entre un hombre y una mujer que tiene las notas de exclusividad, fidelidad, indisolubilidad y fecundidad. Dios creó al ser humano hombre y mujer y estableció que los seres humanos vinieran a la existencia por generación, es decir, por la unión entre un hombre y una mujer. A ellos les dio el mandato: «Sean fecundos, multipliquense y llenen la tierra» (Gen 1,28). El amor conyugal existe para que este mandato pueda ser cumplido. Y ese amor es tan fuerte que supera al amor filial: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y se harán los dos una sola carne» (Gen 2,24; Mt 19,5). Contando todos los seres humanos que han existido en el curso de la historia tal vez ya la tierra se habría llenado suficientemente. Pero, dado que los seres humanos mueren, la generación debe continuar.
Jesús declara que los que han resucitado «no pueden ya morir, porque son como ángeles». No será, entonces, necesario reproducirse. Por tanto, no será ya necesario el amor conyugal. (De paso, comprendemos que en la mente de Jesús el amor conyugal tiene como finalidad la reproducción y que el acto conyugal debe ser abierto a la vida). ¿Qué tipo de relación existirá entonces entre los que han sido marido y mujer? En la resurrección ellos se amarán con un amor mucho más fuerte y estable que el amor conyugal; se amarán con el amor sobrenatural, el amor de Dios, el Amor que es Dios: «Siendo hijos de la resurrección, son hijos de Dios». Evidentemente, aquí la expresión hebrea «hijo de» tiene el significado de «ser parte de». Los resucitados serán hijos de Dios, porque compartirán con Dios su naturaleza divina, compartirán con Él el amor divino. Y este amor no tiene la nota de exclusividad; al contrario, es inclusivo, abraza a todos los hombres y mujeres. Por eso la mujer que ha tenido más de un marido en este tierra –en el caso exagerado presentado por los saduceos la mujer había tenido siete maridos– los amará a todos con el mismo amor divino.
Notemos que, en la mente de Jesús, el amor conyugal, dada su nota de apertura a la vida, no puede ser sino entre un hombre y una mujer. Y este amor debe ser exclusivo, porque es necesario que el hijo que es generado tenga padre y madre ciertos. No cabe en la mente de Jesús que el amor conyugal pueda darse entre personas del mismo sexo.
† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles – Chile