Domingo 8 de Septiembre 2013, Vigésimo Tercero Domingo del tiempo ordinario

Comentario

Lc 14,25-33

Discípulos y misioneros

El Evangelio de este Domingo XXIII del tiempo ordinario se abre con una circunstancia muy favorable, casi diríamos «triunfalista»: «Iban con él (con Jesús) multitudes». Parece que la misión de Jesús ha tenido pleno éxito y que no le cabe más que llegar a Jerusalén y comenzar a reinar como le corresponde al «hijo de David» prometido. Esa multitud lo seguía esperando recibir algún beneficio temporal. Jesús dejará claro que a él hay que seguirlo no para recibir algo, sino para darlo todo, para dar la propia vida en este mundo esperando recibir la vida eterna.

«Volviendose (hacia los que lo seguían), dijo: Si alguien viene a mí…». «Venir a él» es lo que hacía esa multitud numerosa. Eso ya estaba dado. Pero Jesús pronuncia una triple frase condicional: «Si alguien no odia a su padre… Si alguien no toma su cruz… Si alguien no renuncia a todas sus posesiones», que concluye con la triple afirmación: «No puede ser discípulo mío». ¿Por qué lo hace en frases negativas? Porque, en buena lógica, la afirmación: «No A implica no Z», significa que A es condición necesaria para Z, pero no suficiente; se requieren otras condiciones. En efecto, hay que cumplir, además, B y C. Examinemos cada una de esas condiciones para verificar si nosotros las cumplimos todas y, entonces, Jesús pueda decir de nosotros: «Este es discípulo mío».

La primera condición que hay que cumplir es: «Odiar su propio padre, la madre, la mujer, los hijos, los hermanos y hermanas y hasta la propia vida». El texto del Evangelio dice claramente «odiar» y conviene conservar este término usado por Jesús con toda su radicalidad. Se debe aclarar, sin embargo, que «odiar», en el lenguaje bíblico, significa: «no amar, desinteresarse, considerar como inexistente, etc.». ¿Esto es lo que Jesús exige a su discípulo? Esto es lo que exige, cuando alguna de esas personas pone obstáculos a ese «venir a él», cosa que, desgraciadamente, suele ocurrir, como lo advierte Jesús: «Enemigos del hombre son los de su propia casa» (Mt 10,36). San Francisco de Asís ciertamente amaba a su padre Bernardone, pero cuando su padre quiso apartarlo del seguimiento de Cristo, delante del Obispo de Asís y del pueblo, se despojó de todo, lo devolvió a su padre y desnudo declaró: «En adelante no llamaré Padre más que a Dios». Santa Juan Francisca de Chantal amaba mucho a su hijo mayor Benigno, pero cuando él se opuso a que ella siguiera a Cristo declarando que tendría que hacerlo pasando sobre él, ella lo hizo así sin vacilar. Por otro lado, «odiar la propia vida» significa desinteresarse por la dieta balanceada, el gimnasio, las cremas y otros cuidados que ponen el propio cuerpo como primera preocupación.

La segunda condición es: «Tomar su propia cruz e ir detrás de él». Esta condición es más exigente que la anterior, si se considera que, cuando este Evangelio fue escrito, Jesús ya había muerto en la cruz. Él se había hecho «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2,8). Tomar la propia cruz y seguir a Jesús significa, entonces, llegar a ese mismo extremo en la obediencia a Dios.

La tercera condición es: «Renunciar a todas sus posesiones». Los bienes de este mundo son tal vez el obstáculo más claro en el seguimiento de Cristo. El hombre rico tenía casi todo alcanzado: «Todo eso lo he guardado desde mi juventud». Entonces, Jesús observa que le falta esta tercera condición: «Aun te falta una cosa. Todo cuanto tienes vendelo y repartelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sigueme». Sabemos que el hombre renunció a ser discípulo de Cristo por amor a sus riquezas. Entonces, Jesús advierte: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» (Lc 18,21-24).

Salvo raras excepciones, en el Evangelio el concepto de «discípulo» se aplica a los Doce apóstoles. Ellos cumplen todas esas condiciones. Pero Jesús les dejó a ellos la tarea de ampliar ese concepto a toda la humanidad: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos… hasta el fin del mundo» (Mt 28,19.20). De esta manera, enseña que el concepto de «discípulo» y el concepto de «apóstol» (misionero) son coextensivos, ambos deben darse en la misma persona. Así lo declara el lema de la Conferencia Episcopal de Aparecida: «Discípulos y misioneros para que nuestros pueblos tengan vida en Cristo». Ahora entendemos qué significa ese lema. Esperamos ansiosos la aparición de esos «discípulos».

† Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

Para reflexionar
El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas. Li Po