Domingo 1 de Septiembre 2013, Vigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario

Evangelio según San Lucas 4,16-30.

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.

Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: “¿No es este el hijo de José?”.

Pero él les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún”. Después agregó: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”.

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

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COMENTARIO

Lc 14,1.7-14
Se te recompensará en la resurrección de los justos

Una de las virtudes que Jesús enseñó con su vida y con su palabra fue la humildad. Debiendo venir al mundo y, para este fin, debiendo encarnarse, él pudo haberlo hecho en un lugar importante del mundo, por ejemplo, Roma; pero lo hizo en un lugar muy secundario, la Palestina de ese tiempo. Y dentro de la Palestina, nació, no en Jerusalén, sino en la pequeña aldea de Belén. Pudo haber nacido en un palacio de su tiempo; pero nació en un lugar infrahumano: un pesebre, lugar donde reposan los animales. Siendo el más grande de todos los hombres, apareció como el más pequeño y el último. Por eso, tenía autoridad moral para decir: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de Corazón» (Mt 11,29). Por eso, podía enseñar a sus discípulos: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

Considerando la vida del Hijo de Dios en este mundo, el himno de la carta de San Pablo a los Filipenses, canta con admiración: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo… y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-8). Pero Dios se deja vencer por la humildad: «Por eso, Dios lo exaltó y le concedió el Nombre sobre todo nombre» (Ibid. 2,9). La Virgen María, siendo la más grande de las criaturas, es la más humilde: «El Poderoso hizo en mí cosas grandes, porque se fijó en la humildad de su sierva» (Lc 1,48-49). Esas «cosas grandes» consisten en hacer de ella ¡la Madre de Dios!

Por eso, habiendo sido invitado a cenar casa de uno de los principales de los fariseos, a Jesús debió parecer absurdo, como leemos en el Evangelio de este Domingo XXII del tiempo ordinario, que los invitados ambicionaran los primeros puestos: «Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola…». Pero lo que sigue no es una parábola; es una norma de prudencia humana: «Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto…». ¿Por qué lo llama Jesús «una parábola»? La parábola presenta una situación de este mundo, generalmente de la vida cotidiana, para elevarse de allí a una enseñanza sobre la vida eterna. En la situación de vida real que Jesús presenta, el dueño de casa dirá al que se puso en el último lugar: «Amigo, sube más arriba». Esto es lo que hará Dios con los humildes, con los que se hacen últimos y siervos de todos. Es una enseñanza sobre el modo de actuar de Dios. Por eso, es una norma de prudencia humana y también «una parábola».

Jesús se vale de esa situación para aconsejar al dueño de casa que, al dar un banquete, no invite a los que puedan devolverle la invitación y quede así pagado. Le recomienda la gratuidad, es decir, que invite a los que no pueden retribuirle: «Invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás bienaventurado, porque no te pueden corresponder; se te recompensará en la resurrección de los justos». Los que no pueden corresponder en esta tierra tienen quien corresponda por ellos, pero «en la resurrección de los justos». ¿Por qué agrega Jesús esa especificación: «de los justos», siendo que todos resucitaremos? Jesús advierte, en otra ocasión, que en la resurrección de todos, se producirá una división: «Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria, serán congregadas ante él todas las naciones y él separará a unos de otros…» (Mt 25,31.32). El criterio de esa división definitiva será el amor. Pero el amor, por definición, es gratuito: «Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños ­son los que no pueden corresponder­ lo hicieron a mí» (Mt 25,40). La conclusión es: «Irán los justos a una vida eterna» (Mt 25,46).

Esta es «la resurrección de los justos» que se dará como recompensa a los que hayan practicado el amor en esta tierra. Se trata de la vida eterna, para la cual hemos sido creados. Por eso Jesús asegura: «Serás bienaventurado». En forma muy sencilla, a propósito de ese banquete al cual fue invitado, Jesús enseña cómo se alcanza la felicidad eterna. No es necesario hacer grandes estudios ni disponer de muchos medios de este mundo; es necesario amar mucho, es decir, hacer el bien de manera gratuita.

† Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

Para reflexionar
La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar?. Francis Scott Fitzgerald